martes, 21 de abril de 2009

Una joya en el microcentro



Dentro de la trama de la ciudad de Buenos Aires se esconden piezas de arquitectura de valor inusual. Tal es el caso del edificio conocido como Casa de Estudio para Artistas, de la esquina de Paraguay y Suipacha, proyectado en 1938 por el arquitecto Antonio Bonet Castellana junto a sus socios Horacio Vera Barros y Abel López Chas, todos integrantes del Grupo Austral. Originalmente, el edificio fue proyectado para albergar varios ateliers, lugares de trabajo y encuentro diseñados para artistas (el propio Bonet utilizó una durante varios años), función que el edificio continua cumpliendo hasta el día de hoy. Para lograr este fin, los autores aplicaron conceptos de la vanguardia, logrando una obra marcada por los contrastes y la coexistencia de opuestos, presentes tanto en el diseño de la planta como en la utilización de los materiales de construcción.

Con audacia, Bonet y sus socios incorporaron elementos modernos al viejo modelo de la buhardilla parisina: espacios en doble altura, terrazas con funciones recreativas en pleno centro urbano y, sobre todo, utilización de desenfadada de las formas curvas y rectas que se contraponen para armar una composicion dinámica que recorre toda la obra. El edificio es interesante ya desde el programa: cuatro locales en la planta baja y dos pisos con siete departamentos se encuentran comunicados en su interior por escaleras caracol. La primera planta es un monoambiente unido a un entrepiso, pensado como lugar de descanso y baño. La planta superior se encuentra coronada por un techo irregular, con forma de bóveda y cada departamento cuenta con una terraza - jardín.

El tratamiento de la fachada y los interiores es un claro exponente de los ideales del Grupo Austral tanto por su experimentación conceptual como por la utilización de nuevos materiales. La fachada emplea transparencias a través del uso del ladrillo de vidrio de diferentes formatos, lo que la opone a la opacidad las fachadas vecinas. Este tratamiento se interrumpe en la esquina, orientada al oeste, donde el edificio se muestra totalmente opaco gracias a una piel convexa constituida por las aletas metálicas de un parasol.

El atelier de la esquina se diferencia porque el tema del balcón saliente (típico del modelo parisino del estudio y atelier Ozenfant de Le Corbusier, inspirador de la obra) se transforma aquí por una inversión de valores, en un gran e insólito hueco. El tratamiento de este hueco es extaordinariamente innovador y constituye un manifiesto en sí mismo. El parasol metálico de largas láminas verticales gira gracias a un mecanismo léctrico, permitiendo una total apertura al medio circundante y logrando de este modo que la luz y la perspectiva del cielo penetren sin barreras en su interior. Al mismo tiempo, su conformación vertical permite detener los fuertes rayos del sol del oeste.

El empleo de múltiples componentes de acero )perfiles, chapa doblada, chapa agujereada, tejido de alambre) y vidrio (glasbeton circular y cuadrado, vidrio transparente y traslucido, plano y curvo) obedece a la intención de llevar a cabo la obra con recursos provenientes directamente de la industria y, en lo posible, de montaje en seco. En oposición, las bóvedas del nivel superior (un producto declaradamente artesanal) responden a la sabiduría popular y el trabajo artesanal.

En el nivel de acceso y comercios, el contraste se manifiesta en el modo con el que los vidrios de curvaturas variables contrastan con la grilla ortogonal de los pisos superiores. Las vidrieras ondulantes de los locales son una representación artística libre (y no una expresión literal) del clásico programa corbusierano de los pilotis. Por otra parte, el uso del vidrio implicaba en su momento una extraordinaria ruptura, porque hasta entonces la arquitectura moderna argentina había mantenido los frentes opacos como resabioo del sistema clásico. la utilización del vidrio permitió a los arquitectos realizar el postulado de disolución de la diferencia entre interior y exterior, creando un espacio continuo. Por primera vez en el país, el frente de un edificio se presentaba como un mero diafragma técnico, sin autonomía compositiva ni conceptual.

Quizás el mayor logro del edificio de Suipacha y Paraguay sea que su tratamiento está al servicio de un artista que ya no es el estereotipo del genio aislado, sino un intrigante más del agitado ritmo de la ciudad. No sólo sus dobles alturas, sus curvas y su parasol han hecho historia: el famoso sillón BKF fue diseñado para este conjunto de ateliers, como otro signo de su actualidad e inalterable espíritu moderno.

Fuente: Edificio en Suipacha y Paraguay
Por Suplemento de Arquitectura y Decoración
Diario Clarín

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